miércoles, 10 de julio de 2013

El escritor Victor H. Romero presenta Yo, el Presidente en Cochabamba

“El actor cultural es básicamente anarquista”

Por: Sergio de la Zerda | 07/07/2013/ La Ramona / Opinión / Cochabamba

 Un “retrato del uso del poder para el poder” es propuesto por Yo, el Presidente, novela del escritor, periodista y dibujante paceño Víctor Hugo Romero (1974). Editada por Gente Común - 3.600, la obra, presentada con éxito anteriormente en La Paz y Santa Cruz, y ya en circulación en las librerías del país, se dará a conocer en Cochabamba, el miércoles 17 de julio 19.00 horas, en el Centro Simón I. Patiño (Av. Potosí No. 1450), adonde el ingreso será libre.

El libro, que cuenta la historia de un Jefe de Estado -“que pudiera ser cualquiera”- amenazado por un complot interno que es investigado por un militar de apellido Saravia, se mete en las entrañas de los altos niveles de la gestión pública, tarea para la cual el autor desarrolló una amplia investigación testimonial y de documentación. Desde las voces de los protagonistas, Romero ofrece un policial de lectura ágil, que pone al desnudo los aspectos más oscuros del ejercicio del poder.

Con el destacado periodista y creador de otras publicaciones en cuento y poesía, así como de documentales sobre la realidad nacional, dialogó la RAMONA a pocas horas de su llegada a la ciudad.

-Usted fue periodista durante diez años. Hace poco además señaló que su novela le implicó un arduo trabajo de investigación testimonial, así como de diversos aspectos de las ciencias sociales. ¿Por qué se inclinó por la ficción y no por un gran reportaje sobre un presidente boliviano específicamente?

No creo que exista una obligación de oficio para reemplazar la novela con el reportaje. Creo que son dos géneros, literario y periodístico, tan distintos como similares. Si bien tienen muchos puntos en común, también tienen grandes diferencias. Si las simplificamos, podría responder señalando que es la historia la que manda e impone el “cómo va a ser contada”. En este caso, el género de la novela ha sido el que mejor se ha adecuado. Considero además que, en el marco del proceso creativo, la investigación y compilación del material en ambos géneros debe ser estricta y rigurosa, porque además es la clave para dotarle al lector -en el caso de la novela- el carácter empático que todo texto debe provocar. Esto implica también fortalecer el “guiño” entre el novelista y el lector, cuando ambos aceptan que la ficción que uno le está contando y el otro está leyendo podrían darse en la vida real. Añado que, si tendría que elegir entre ser novelista y periodista, elegiría lo primero, sin ánimo de negar las virtudes y cualidades del periodismo, no del que estamos acostumbrados a consumir, sino de aquel periodismo que construye, aporta y respeta los derechos de los actores noticiosos, como también del consumidor de “información”. Milito en las filas de ese periodismo que no se dedica a insultar la inteligencia de la gente. Es la novela para mí el recurso más valioso para contar buenas historias.

-En el marco de su labor en medios, muchos recuerdan la calidad de su trabajo en las páginas policiales, entre otras. ¿Qué quedó de eso en la novela, más allá del género?

En mi formación literaria y como novelista especialmente, el oficio periodístico ha logrado desarrollar la capacidad de plantear historias en base a la indagación de los hechos, el investigarlos tratando de llegar a una proximidad de la verdad, eludiendo siempre compromisos convencionales y conservadores a la hora de interpretar la noticia en un hecho. En la novela ocurre algo similar, el novelista busca despersonalizarse y disecciona a cada uno de sus personajes definiendo su personalidad, carácter y el tipo de decisión que asumiría en los contextos narrativos en los que se desarrolla su existencia literaria. No olvidemos que muchas veces la carga personal, la herencia cultural que se tiene como periodista, influye más que el hecho noticioso en sí, a la hora de definir qué es o no es noticia o dónde está la noticia. Ese ejercicio diario de la redacción me ha permitido además añadirle, en el caso de Yo, el Presidente, la dinámica y agilidad que una historia como ésta exige. Cuando el oficio periodístico muta con el de novelista, se dan la mano y caminan juntos, apoyándose en el camino en la construcción de la historia. Y lo que demanda una novela o una noticia es básicamente una “buena historia”.

-“La acción política se resume en una sola palabra: adicción. Todos somos adictos, unos a las drogas y otros a esa adrenalina que genera el poder”, dice el personaje principal de Yo, el Presidente. ¿Coincide usted con esta visión pesimista del quehacer político en Bolivia?

Creo que una de las principales cualidades de Yo, el Presidente es su carácter latinoamericano, si bien no define en qué país se sitúa la historia, ni de qué presidente se trata, pueden ser todos y ninguno. En esa lógica se convierte en un retrato regional del uso del poder para el poder. Si bien desnuda y refleja el uso político del poder, también denuncia esa negativa práctica que muchas veces el sistema termina imponiendo, seduciendo, sometiendo a quienes en un principio buscaban lo mejor para sus pueblos. La novela permite además interpretarla libremente a partir de la carga personal del lector. Es él quien le pone un rostro y nombre al Presidente y a ese país, que puede ser el nuestro, como cualquier otro. Las claves del poder suelen ser las mismas, lo que cambia constantemente son los escenarios. El poder provoca una adicción, que se manifiesta sus primeros síntomas de dependencia, cuando se está a punto de perderlo.

-Si el mandatario que describe tiene fragmentos de varios jefes de Estado del país, ¿a quiénes representa Saravia, el militar que investiga un complot contra el presidente?

Saravia es el “honorable colegial”. Parafraseando a Le Carré, es el reflejo de esa ciudadanía, la que hace su trabajo lo mejor que puede, que no participa pero que es efectivo con lo suyo, sin embargo, a medida de que avanza la historia, esa realidad que desconoce, a la que ignora casi intencionalmente, lo desborda y termina siendo también víctima de ese sistema y una ficha en el tablero del poder ajeno, al extremo que se ve obligado a tomar una decisión y asumir una acción concreta. Saravia es el “Jardinero fiel” que cuidaba las rosas del jardín, hasta que descubrió que no eran tan bellas como creía. Protegía a la Patria ¿Quién lo protegía a él? Esa es la gran pregunta. Nuestro voto elije, pero ¿quién lo protege? ¿Qué poder entrega nuestra elección? Como sociedad hemos aceptado que se desvalorice el voto y permitido que el sistema haga con él lo que mejor se le apetezca. En nuestra historia, nuestros votos han elegido un rostro, no proyectos, por eso en esta historia el Presidente no tiene cara, nosotros construimos su faz. Es el ejercicio literario del voto, tu elección ha creado a este Presidente.

-Y acerca de Saravia, lo primero que impresiona a este funcionario es la deshumanización y frialdad del político. ¿No cree usted sin embargo que, por el contrario, los políticos en Bolivia han apelado por lo general más a los sentimientos que a las razones?

Saravia termina descubriendo el lado íntimo del poder, la otra cara de esa moneda amable, tierna, la doble intencionalidad de los discursos. El agente se sumerge en ese mundo en el que todo tiene una finalidad y que a toda costa lucha por mantenerse en el poder, no porque crea en un proyecto o necesariamente tenga buenas intenciones, sino al contrario, de lo que se trata aquí es de no perderlo. Saravia también se da cuenta que nuestras sociedades responden a estímulos muy básicos y hasta primitivos, que le permiten al sistema poder manipularla y jugar con ella, algunas, no todas, pierden la paciencia, y esa delgada línea que une al poder con las bases se rompe, a veces de manera pacífica y natural, en otras de una forma muy dura y sangrienta. La obtención del poder es sólo el inicio de una larga carrera, muchos han fracasado, otros han obtenido importantes victorias. Saravia se enfrenta contra el sistema e intenta derrotarlo, la pregunta es ¿cuán grande es este sistema? ¿se puede vencerlo o sólo lastimarlo?

-Por otro lado, es usted autor de, entre otros, trabajos como un cómic que resume la vida del presidente Evo Morales y de un documental de denuncia, Cacería, racismo en Sucre. ¿Piensa que en Bolivia se puede llegar a ser un artista políticamente comprometido, sin por ello tener las ambiciones de un político?


La novela gráfica oficial sobre la vida del presidente Morales y Cacería son productos que responden a una demanda del mercado cultural. Ambos trabajos han tenido su éxito y trascendencia en las áreas correspondientes. Del primero se han editados hasta 60 mil ejemplares de distribución gratuita, algo que ningún otro cómic ha logrado. Cacería se ha convertido en un testigo permanente sobre los niveles a los que nuestra sociedad ha sido capaz de llegar en su afán de preservar el poder aún si en esta lógica le demanda ser racista, humillar, discriminar, segregar a quienes consideramos “inferiores”. Este documental ha reforzado el informe de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Plurinacional cuando abordó la investigación de estos hechos. Tiene además cerca de cuatro mil copias vendidas, cifra a la que pocos documentales sobre nuestra historia contemporánea han llegado. En nuestro país muchos artistas se han comprometido políticamente, en especial en la época dictatorial, cuando ser de izquierda significaba asumir una rebeldía incondicional contra todo sistema. Creo que el actor cultural es básicamente anarquista y que siempre va a estar apoyando a las minorías o a toda tendencia que busque afectar, debilitar o destruir al sistema. Aquellos que han aceptado cargos políticos han tenido victorias como fracasos, en la mayoría de los casos significa someterse a un sistema administrativo que está diseñado para defenestrar todo sueño. Ser político es otra cosa, en la que el quehacer cultural, la trayectoria literaria puede utilizarse como trampolín a un escenario muy distinto, casi siempre disociado de toda producción creativa. Agua y aceite. Lo más sano siempre será estar lejos del sistema, no ser parte de él, mucho menos ser su víctima. Por ahora y para suerte nuestra, el sistema sólo nos secuestra el nombre, su poder crece.

-El humor, el negro en especial, es otro arte que usted cultiva en el ámbito gráfico. ¿Cree que la historia política del país es también una tragicomedia? ¿Puede citar algunos ejemplos que se reflejan en su novela?

Rescato mucho un concepto que tejió un viejo amigo sobre nuestro país, afirma que Bolivia es una nación altamente politizada y escasamente ideologizada. Eso quiere decir que nos la pasamos haciendo política, pero no construyendo una ideología. Cualquiera que sea la razón, nos cuesta entender qué son los principios y cómo ponerlos en práctica. Este criterio implica que nos cuesta reírnos de nosotros mismos. Y sí, nuestra historia está repleta de eventos dramáticos y cómicos, nos falta tejer esa ironía final que nos permita aprender de nuestros errores, pero con mucho humor. Los bolivianos nos reímos de los defectos del otro, creemos que la burla es buen chiste. Homero Carvalho en su comentario señala que Yo, el Presidente es una novela con mucho humor y es cierto, si uno va tomando en cuenta cómo se desenvuelve la historia va encontrarle la chispa que podría arrancar más de una carcajada.

-Una de las muchas reseñas positivas de Yo, el Presidente corresponde al cineasta Tonchy Antezana, quien afirma que el escrito podría ser el guión de una “gran película”. Muy idealmente, ¿quién debería ser el director del filme y qué actores deberían encarnar a los personajes?

Un amigo que disfrutó de la novela, a manera de broma, me comentaba que a este libro lo único que le falta es una banda sonora, y creo que ese comentario refleja fielmente la estructura narrativa con la que ha sido construida esta historia. Vale mencionar que, entre los lectores, ese comentario es el que ha causado mayor impacto, no sólo por la apreciación de Antezana, también por la presencia tan fuerte del cine en la vida cotidiana de todos nosotros. Gracias a la piratería se puede decir que consumimos mucho más cine que antes y que nos estamos acostumbrando a disfrutar de buenas historias, aun si el cine que nos llega (blockbusters) no sea bueno. Ver una película se ha convertido, ya sea en casa o en una sala, en la mejor opción para “escaparse” de la realidad, de la cotidianidad. No en vano se afirma con ironía que el mejor cine está en la televisión. Yo, el Presidente es también una buena película.

-Y hablando de comentarios positivos, buena parte de los que corresponden a su reciente obra se centralizan en un blog (yoelpresidentenovela.blogspot.com). ¿Qué tan bien cree que la literatura entra en diálogo con las expresiones de Internet?

Las redes para la literatura se han convertido en una interesante plataforma de difusión y promoción, como también la mejor manera de personalizar mucho más un producto. En suma, ha transformado los mecanismos de comercialización de un libro, porque no sólo se puede promocionarlo, también venderlo y comprarlo. No soy de los que cree que el formato digital va a reemplazar al libro impreso, más bien creo que son dos tendencias que se acomodan al criterio, contexto y oportunidades de tiempo de lectura de los lectores. Lo importante aquí es leer, el cómo y dónde, es lo de menos. También las redes, el Internet, tienen su lado negativo. Es cuando atentan contra una de las profesiones más románticas y comprometidas que le quedan a esta sociedad, publicar libros. En su lado positivo, permite el Internet interactuar de mejor manera con los lectores, plantea otro tipo de acercamiento, más crítico y audaz que el tradicional. Le exige a los escritores ser mucho más honestos y transparentes con sus ideas, principios, visiones y sobre todo proceso creativo. El blog que citas ya tiene más de setecientas visitas y por ende me ha permitido promocionar la novela con mayor proximidad y en distancias largas, dentro y fuera del país, incluyendo muchos territorios mediáticos a los que en otras circunstancias, no hubiera llegado.
mirandoelhumo@yahoo.com