Claudio Ferrufino-Coqueugniot,
Escritor
Yo, el presidente, de Víctor H.
Romero, comienza como una novela que se nutre de la realidad política actual.
En un momento, su personaje presidencial parece ser el alter-Evo. Vale como
práctica literaria la aprehensión de lo que se necesite para hacer un objeto de
arte. Y el momento boliviano es ideal en la elucubración de ideas respecto del
poder y sus alcances. Buena parte de la obra pasa en ello, en las reflexiones
de uno u otro, sobre el tema.
El presidente y su entorno, con
matices acentuados en un par de personajes cercanos; un policía y la soledad
del suyo, con su trabajo, investigación y la perspicacia para desentramar un
supuesto magnicidio que se va gestando. El libro irá en péndulo entre los dos,
el mandatario y el investigador, para darnos como resultado un inesperado fin
que decora este libro de inteligencia y humor negro, cosas, ambas,
indispensables para el ejercicio del poder. En el detalle de este monólogo a
dúo más que político, gobernante, se irán diseccionando los vericuetos del
arte, o la mentira, de mandar.
En principio el lector creerá que el
autor lo guía hacia tendenciosas páginas que ocultan un pronunciamiento al
menos sentimental sino ideológico; se equivoca, es parte del divertimento. Como
a mitad del libro la investigación del posible asesinato del presidente
avasalla el antecedente del discurso sobre mando, situaciones económicas, voto
popular, ambiciones, etc., parte que no podemos desdeñar ya que sin ella el
epílogo carecería de sentido.
Novela policial tanto como reflexión
de la adicción y enfermedad del poder. La realidad no siempre es la que se ve,
suele esconderse. El novelista recurre a la ficción para desnudarla y, por qué
no, incluso desencadenarla para alivio nuestro.
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