Franz Flores C., Analista político
Un Presidente con dudas existenciales gobierna un país que está a punto de explotar, tanto o más como la dinamita que, días antes, vació las entrañas de un minero en pleno Congreso nacional. Un Vicepresidente con aspiraciones para sucederle en el mando, que crea propio esquema de poder, tejiendo su traición a base de servilismo y humillación. Una sociedad sumida en la crisis económica que encuentra modos para olvidar dejándose llevar por el opio que le ofrecen los detalles de la vida íntima de su mandatario y, por último, un policía que tiene la terrible misión de matar a un presidente que, sorprendentemente, está plenamente consciente de esa fatalidad.
La novela Yo, el Presidente de Víctor
Hugo Romero es, además de una buena historia, un recorrido en torno al poder o
a las personas como sujetos del poder. En cierta medida, tanto el Presidente,
su potencial cuidador/asesino, así como los grupos palaciegos que se van
formando en su entorno, no parecen tener dominio de lo que dominan, más aún,
parecen obedecer cuando deciden, como si ellos no tuvieran mayor capacidad de
maniobra sobre los asuntos del país, sino obscuras formas o sujetos que no
están en un espacio específico, sino como poderes ocultos, pero efectivos y
reales. Al final todos están en el poder o tienen una porción de él, pero en
realidad nunca lo poseen del todo.
A cambio, en la novela Yo el
Presidente, el pueblo es el único libre, porque le está dada la virtud de la
rebelión; en un pequeño instante puede entregarse a la ilusión de tener el poder
de cambiar a los gobernantes y enrumbar su futuro. Al pueblo le está dado la
capacidad mágica de la equivocación y de la redención: si bien ha elegido por
dos veces consecutivas a su Presidente, también puede derrocar a ese sujeto
Presidente que creyó que el/su poder era eterno. Sin embargo esa fatalidad
adivinada por el Yo Presidente de la novela, no se vislumbra como una anomalía,
sino casi como una necesidad: ese mismo pueblo que elige en las urnas es el que derroca en las
calles.
Victor Hugo Romero es dibujante,
cuentista y tiene una larga experiencia periodística. Su primera novela Yo, el
Presidente, es una incursión novedosa en la literatura boliviana, no
precisamente porque sea la primera que haya retratado a quienes coyunturalmente
gobiernan el atribulado y fantástico país de mineros suicidas, políticos
serviles, jóvenes derrumbados y ricos solemnes junto a pobres de solemnidad,
sino porque es la primera novela que muestra que, más allá de lo
plurinacionales de nuestros tiempos, el poder es lo único por lo que se mata y
por lo que se muere.
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